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Crecí en la inmensidad del campo de Castilla, La Mancha, sin ir a la escuela. Aprendí directamente de la biblioteca de mi casa y de la soledad y el silencio que me rodeaban.

Oraba entera y se cruzaron en mi camino, primero el zen y después la sofrología.

Nos acercamos, me acerqué a las personas en su búsqueda de lo que las llevaba a sí mismas, o sea, a Dios.

Mi mayor aprendizaje: mis seis hijos, y después todos los suyos, mis super-nietos.

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